Juan Antonio Martínez Camino. Los 39 mártires de 1934 en España con los santos de Turón a la cabeza (Encuentro, Madrid, 2025, 176)
Comparto algunos textos de la obra para animarles a leerla. Bastaría con ver la calidad del autor. Lo mismo hay que decir del prologuista. Vean el índice y las primeras palabras introductorias.
Comienza con un lúcido y valiente prólogo a cargo de Fr. Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo, diócesis precisamente en la que sufrieron el martirio nuestros protagonistas. Se titula "EL MARTIRIO, VIVENCIA CRISTIANA", y en el mismo nos indica con precisión que "El año 1934 fue un ensayo general para la puesta en marcha de una revolución más amplia y, especialmente Asturias, fue el escenario escogido para la terrible aventura de un aprendizaje cruel en la barbarie de la más censura dora intolerancia. Amén de otros intentos de corte político, legislativo y administrativo, la persecución religiosa tomará cuerpo en ese año y en esos lares. Será el dramático preámbulo de lo que supondrá luego la persecución religiosa a partir de 1936, especialmente durante los primeros meses de la guerra civil española. En este libro se abordan precisamente los martirios de cristianos en esa coyuntura histórica en torno al preludio de 1934" p.7
"Quedan los nombres laureados con la corona de la santidad y la palma del martirio de estos hermanos nuestros. Con dulzura, sin acritud, sin revancha, ellos han escrito con su sangre la página impresionante de una humanidad nueva y redimida por Cristo, aquel primer mártir cristiano que dio su vida en la Cruz. Es la debilidad que se hizo fuerte, la fragilidad que se hizo testigo". p.12
La revolución de 1934 causó los primeros 39 mártires del siglo XX en España. Este libro ofrece el primer panorama completo de esos testigos de Jesucristo. Los más conocidos son los santos Mártires de Turón y los beatos Seminaristas mártires de Oviedo. Murieron perdonando. Fueron víctimas ese ídolo moderno llamado Progreso, que sigue desorientando tantas vidas y amenazando la convivencia. Su memoria estimula la reconciliación y nutre la esperanza que no defrauda. Uno de los mártires de 1934 tenía sobre su mesa el crucifijo que ilustra la cubierta. Había grabado al dorso las palabras del Maestro: «amad a vuestros enemigos; haced bien y prestad sin esperanza de recibir nada por ello; y será grande vuestra recompensa y seréis hijos del Altísimo, porque Él es bueno aun para los ingratos y malos».
ÍNDICE PRÓLOGO EL MARTIRIO, VIVENCIA CRISTIANA ..............................7
INTRODUCCIÓN LA REVOLUCIÓN DE 1934 Y LOS MÁRTIRES DEL SIGLO XX EN ESPAÑA ..................................................13
Contexto internacional: la Revolución rusa de 1914 y el nacionalsocialismo ......................................................................14
Contexto nacional: la «amenaza fascista» ....................................15
La revolución en Asturias ..............................................................19
Las víctimas de la revolución de 1934 ..........................................21
Los primeros mártires del siglo XX en España ...........................23
Una nube de testigos de esperanza ...............................................26
I. LOS SANTOS MÁRTIRES DE TURÓN (ASTURIAS): SAN CIRILO BERTRÁN, SAN INOCENCIO DE LA INMACULADA Y SIETE COMPAÑEROS ..........................29
Los primeros Hermanos de La Salle mártires del siglo XX en España, la escuela de Turón y el protomártir de los Pasionistas .29 Semblanzas de los santos mártires de Turón ...............................33
El martirio .......................................................................................52
El reconocimiento del martirio .....................................................56
II. LOS SEMINARISTAS MÁRTIRES DE OVIEDO: EL BEATO ÁNGEL CUARTAS Y CINCO COMPAÑEROS ............................................................63
El Seminario de Oviedo en 1934...................................................63
Semblanzas de los beatos seminaristas mártires ..........................66
El martirio .......................................................................................75
El reconocimiento del martirio .....................................................80
III. EL BEATO EUFRASIO DEL NIÑO JESÚS Y LOS BEATOS PAÚLES MÁRTIRES DE OVIEDO ..........83
Oviedo, en la revolución ................................................................83
IV. EL BEATO BERNARDO DE BARRUELO (PALENCIA) Y DOS SACERDOTES DIOCESANOS ASESINADOS EN PALENCIA Y BARCELONA ...........................................97
Mártires en varios lugares de España ...........................................97
V. MÁS SACERDOTES DIOCESANOS Y RELIGIOSOS ASESINADOS EN ASTURIAS ....................107
Los otros diez mártires de las cuencas mineras .........................108
Los otros cuatro mártires de Oviedo .........................................118
VI. DOS SEGLARES MÁRTIRES, EN MONDRAGÓN Y TURÓN ............................................123
APÉNDICE I. TEXTOS ..................................................................139
Oficiales de la Iglesia ....................................................................139
Diversos analistas .........................................................................141
Testigos contemporáneos ............................................................143
APÉNDICE II. TABLAS .................................................................147
Los mártires del 1934, según las fechas del martirio .................147
Los mártires del 1934, según su reconocimiento canónico y su estado de vida ........................................................................151
BIBLIOGRAFÍA ...............................................................................159
ÍNDICE ALFABÉTICO DE LOS MÁRTIRES DE 1934 .........171
INTRODUCCIÓN LA REVOLUCIÓN DE 1934 Y LOS MÁRTIRES DEL SIGLO XX EN ESPAÑA
El 4 de octubre de 1934 estalló en España una revolución, cuyo objetivo era instaurar una República socialista acabando con la II República, que había sido establecida por la Constitución de 1931. Los revolucionarios pensaban que la República era una «república burguesa» que impedía a las clases trabajadoras conseguir sus objetivos y que, por el contrario, permitía la implantación de partidos y políticas que calificaban de «fascistas». La revolución debía producirse en toda España, en particular, en Madrid y Barcelona. Sin embargo, fracasó en estas grandes ciudades y en el resto del país. En cambio, tuvo más éxito en los centros mineros del norte, en especial en Asturias, donde las fuerzas revolucionarias lograron imponerse a la policía y al ejército durante unos veinte días. Se apoderaron de la capital, Oviedo, que sufrió grandes destrozos; y hubo muchos muertos. Por eso, se suele hablar de la «Revolución de Asturias». Pero la revolución fue planificada en Madrid para toda España y también hubo muertos fuera de Asturias, entre ellos, cuatro mártires católicos.
En esta Introducción señalamos con la brevedad imperada los rasgos básicos del contexto internacional y nacional de la Revolución de 1934, entre cuyas víctimas se encuentran los 39 mártires católicos de los que trata este libro, a cuya cabeza van los santos mártires de Turón (Asturias), san Cirilo Bertrán y compañeros. También nos referimos al significado histórico y teológico de estos primeros mártires del siglo XX en España. Contexto internacional: la Revolución rusa de 1914 y el nacionalsocialismo El primer tercio del siglo XX había sido un tiempo de guerras civiles revolucionarias en toda Europa
La más famosa y la de más duraderas y vastas consecuencias fue la que triunfó en Rusia en octubre de 1914, justo veinte años antes de la revolución contra la República española. No es casual que la revolución tuviera lugar en España en ese aniversario simbólico. La victoria del marxismo en Rusia se había convertido para los revolucionarios de toda Europa en modelo y aguijón. En Rusia no se daban las condiciones previstas por la ideología marxista para la implantación de la dictadura del proletariado, fase previa a la sociedad socialista. No era un país tan industrializado como los del centro de Europa, en los que Carlos Marx había pensado. España tampoco lo era. Pero los dirigentes socialistas que planificaron la revolución en Madrid pensaron que las cosas no tenían que resultar peor que en Rusia. Y se decidieron a aprovechar una coyuntura que consideraban buena. Hacía poco más de un año, el 30 de junio de 1933, Adolfo Hitler había sido nombrado canciller de la República alemana, después de haber ganado las elecciones. Los socialistas españoles —y no sólo ellos— veían con preocupación la nueva situación que el nacionalsocialismo planteaba en toda Europa; temían que la ya de por sí compleja situación de la República española se tornara definitivamente desfavorable para ellos en el nuevo contexto europeo. Contexto nacional: la «amenaza fascista» La II República española fue desde el principio, como atestigua la Constitución de 1931, un régimen más apoyado en planteamientos revolucionarios que en principios reformistas. De hecho, el centro-izquierda, los «republicanos», consideraban que la República era «suya», es decir, una herramienta a su servicio para darle la vuelta a la situación social y política y a los principios que habían regido hasta entonces.
Quienes pensaban que las reformas sociales necesarias no deberían hacerse según propugnaban el liberalismo radical y el socialismo marxista eran considerados por los «republicanos» como un peligro para su República. Los «republicanos», aunque con matices diversos, podían suscribir la famosa frase pronunciada por el primer presidente constitucional de la II República, Manuel Azaña, el día que asumió la alta magistratura, el 14 de octubre de 1931: «España ha dejado de ser católica». Coincidían en que el catolicismo y sus principios debían ser apartados o incluso eliminados de la esfera pública en la España republicana. La Constitución abrió la puerta a una persecución legal de la Iglesia católica, que se expresó enseguida, en 1932, en la ilegalización de los Jesuitas e incautación de sus bienes y, en 1933, en la prohibición de la enseñanza a las instituciones católicas, también con incautaciones, entre otros atropellos de derechos fundamentales. Las masas católicas acudieron a las elecciones de noviembre de 1933, en las que, por cierto, las mujeres votaban por vez primera, con ánimo no sólo de defenderse, sino de tratar de reorientar la política general de modo que la República pudiera ser un régimen en el que todos tuvieran lugar, también los católicos. El centro-izquierda perdió la mayoría en las Cortes. El partido más votado, con 115 escaños del total de 473, fue la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), liderado por José María Gil Robles, tan católico como posibilista reformista en lo político. Sin embargo, el presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, encomendó la formación de gobierno al Partido Republicano Radical (PRR), de Alejandro Lerroux, que había obtenido el segundo puesto, con 102 escaños, pero que estaba en coalición con el del presidente. Gil Robles aceptó la solución, pues la Alianza de derechas, en la que se incluía su partido, no tenía la mayoría absoluta en la cámara y, por tanto, era necesario pactar. El líder de la derecha, según sus principios reformistas, pensaba que lo mejor era una política gradual que evitara cambios bruscos y reacciones violentas. Con todo, la fuerte oposición que sufrió el gobierno de centro derecha, tanto en un parlamento muy fragmentado y convulso, como en una calle revuelta y envenenada por el sindicalismo marxista (UGT) y anarquista (CNT), ocasionó una crisis de gobierno que llevó a Gil Robles a exigir el nombramiento de algunos nuevos ministros cercanos a su formación política.
Fue la ocasión que dio pie al Partido Socialista Obrero Español (PSOE) para aventurar la ejecución de la acción revolucionaria que venía planeando de tiempo atrás con la UGT y otras fuerzas «republicanas». En las Cortes surgidas de las elecciones de 1933, el PSOE había perdido 56 escaños, quedando reducido casi a la mitad, con 59. En esta nueva coyuntura, el partido giró fuertemente a la izquierda adoptando la política propugnada por el ala marxista revolucionaria, liderada ahora por Francisco Largo Caballero, y relegando la más posibilista, de Julián Besteiro. Los revolucionarios declararon abiertamente en las Cortes que el «peligro fascista» que, según ellos, suponía el nuevo gobierno, les obligaba a abandonar la arena política republicana y a pasar a la acción revolucionaria. Era cierto que en Europa se dibujaba una dura confrontación entre el comunismo soviético y el nacionalsocialismo alemán. Pero el centro-derecha español, en el gobierno, no era, en realidad, ni de lejos homologable al nazismo; y los partidos más radicales de izquierda y de derecha, el comunista y la falange, resultaban por entonces casi insignificantes. Por eso, el alegado «peligro fascista» no pasaba de ser una lamentable excusa para la revolución socialista, que tensó innecesariamente la vida política y que iba a conducir a un conflicto armado y, a la postre, bélico, según preveía y lamentaba el mismo Julián Besteiro, pero, al parecer, deseaban Largo Caballero y los suyos.