SIMÓN, Ana Iris Feria Debolsillo, Barcelona, 2020, 227 pp

Una bocanada de aire fresco y estilo desenfadado me acaba de brindar este libro que me he leído de tres tirones. La verdad que me ha servido para comprender un poco más a esta nueva sociedad de mi querida España tras los treinta vividos en el Perú. Sobre todo en mi deseo de conectar con los milenials como logra la autora en el libro.

Me ha recordado la deliciosa  escena narrada por Molière en El burgués gentilhombre en el que su protagonista, Jourdain, en su deseo de instruirse para poder codearse con los nobles aristócratas, contrata a un profesor con el que descubre asombrado que lleva cuarenta años hablando en prosa sin saberlo.

Del modo más sencillo, y casi soportando la obviedad del ser, nos relata verdades como puños al superar prejuicios mentales e ideologías castrantes

La obra concebida como la vida misma, una feria, gira en torno a diez capítulos: El fin de la excepcionalidad, el afuera: mundo, el adentro: muerte, lo sagrado y lo profano, patria-estirpe-lejano, lo masculino, el amor, la madre, la historia del gigante.

Rezuma gratitud y creatividad, gustar de lo auténtico y lo sencillo, del amor y humor de cada día, tender lazos, vivir en redes, disfrutar de la vida de familia y de la amistad.

Entre tantos afortunados textos os comparto algunos de los que me han encantado:

 "Tardé muchos años en comprender que a veces los muertos de los otros son también los propios, lo que es una tragedia, lo que es un malnacido y lo que es un pueblo" p. 43. A veces la narración confidencial se torna ingenuamente sublime cuando es consciente "de que todo el mundo tenía una madre pero yo tenía una Ana Mari… porque ser niño es guardar secretos. Empezamos a ser adultos cuando pensamos que todo tiene que contarse y que todo merece la pena ser contado" p.56, "porque también eso es ser niño: intuir, cuando algo mala pasa, que algo malo pasa" p. 57.

El sentido del humor campea por la obra, especialmente al caracterizar a su querido padre, ateo y anticlerical. "El campanario de la iglesia de Ontígola, que siempre se ponía a funcionar a la hora de la siesta y que hacían que mi padre y levantara sobresaltado y se volviera aún más ateo monoteísta cada domingo" p. 58

La obra es asertiva cien por cien descubriéndonos lo mejor de sus familiares como en el caso del tío Hilario, el mayor de siete hermanos de su padre, que como un nuevo Giner de los Ríos pero sin estudios fue un maestro ya que "lleva quien deja y vive el que ha vivido…porque Hilario vivió, pero como vivió hablándonos de lo importante, contándonos quiénes éramos y de dónde veníamos, sobre todo dejó" p. 71

Al hablarnos de profesiones como la de su padre que era cartero, nos deja bien claro que lo vivía vocacional y misionalmente. "De cartero no se trabajaba, cartero se era; lo aprendí porque él me decía que éramos una familia postal y porque nunca decía que trabajaba de cartero, decía que lo era" p. 75.

Sobre la madre: "La madre está siempre condenada al reproche porque es el amor primero, el amor puro y el dolor sobrevenido de no poder ser el otro, de no poder ser uno con el otro, imposible siempre de satisfacer" p.89

La abuela Maricruz: "Siempre sospeché que mi abuela creía en Dios de alguna forma, pero fue una de las preguntas que me dejé sin hacerle. Un Viernes Santo que llevaba unos pantalones rotos me dijo que me cambiara, que estaba muerto el Señor" pp.135-6

Del capítulo "ese árbol lo plantó mi abuelo y pa mí es la sombra" selecciono el texto: "claro que no era lo mismo, porque el día que murió Hilario, después de su entierro, me di cuenta de que una de las razones, la razón principal por la que quería tener hijos no era por ser madre yo, sino por hacerle a él abuelo y a mi abuelo bisabuelo" p.141

La gran lección de su padre: "Años después iría a la universidad y estudiaría Periodismo durante cinco cursos sin que nadie me enseñara nunca nada más importante que lo que me enseñó mi padre en segundo de primaria: que cuando uno escribía, cuando uno miraba, había que ser siempre el ratón y que nunca había que hacerse la chulita. Y que se necesitaba valor para ambas cosas" p.153

Gratitud: "Lo que quería decir a mi padre con esa carta es que si había elegido ir a la universidad para aprender a contar historias era porque él era mi padre, porque él me había enseñado ya a contarlas" p.154

En el capítulo "El bebé melocotón" dedicado a su hermano Javi: "Sin medida ni condiciones, porque no puede ser de otra manera, y sintiendo cuando estamos juntos que el mundo se achica de pronto, como aquel primer día en el 12 de Octubre. Que se estrecha, se hace embudo y entonces solo cabemos él y yo. Él y yo, que somos lo mismo solo que con casi diez años de diferencia" p. 182

"Nos pasamos la adolescencia y la primera juventud deseando no parecernos a nuestros padres y cuando crecemos, o igual es que crecemos por eso, nos damos cuenta de que casi todo lo que tenemos de bueno no es nuestro, sino suyo. Al menos así me ocurrió a mí con la Ana Mari" p.200-1

"También pensaba, cuando iba al pueblo y me abría la puerta y la abrazaba mientras me decía hermosona y me daba besos, en que aquello que escribió León Bloy, lo de que la única tragedia en esta vida es no ser santo, era verdad. Y en que mi única tragedia, en que la única tragedia de toda persona que conocía era, por tanto, no ser mi abuela Mari Cruz" p. 211

Cuando termino la lectura de la obra, me entero que la autora -aunque proveniente de una familia comunista y atea- se ha convertido recientemente al catolicismo como atestigua en el congreso de Sábado, 16 noviembre - 26 Congreso Católicos y Vida Pública #QVOVADIS, q https://www.youtube.com/watch?v=l3CAoYJ2YtA. La verdad que me llena de esperanza y espero mucho de esta nueva generación que conoce como nadie que "la cuña es de la misma madera" y los necesarios evangelizadores de nuestro tiempo, precisamente desde donde se encuentran. ¡Avanti y Dios valga! ¡Enhorabuena, Ana, y mucho ánimo, que el Señor está y estará siempre contigo para hacerte feliz y hacerlos a los demás!