Sierva de Dios MADRE MARÍA ANA ALBERDI (1912-1998)
Este domingo 11 de mayo del 2025, con motivo de la misa en honor a Santo Toribio por parte de sus devotos en Madrid, en la iglesia de las Concepcionistas de La Latina donde se venera una reliquia del Santo, conozco la a Sierva de Dios cuyos restos se veneran en el mismo convento fundado por la propia santa Beatriz de Silva. Les comparto lo más notable de su vida ejemplar.
Nació en Azcoitia (Guipúzcoa), el día 3 de mayo de 1912 y murió en Madrid el 27 de noviembre de 1998, a los 86 años y 67 de profesión religiosa.
Fue hermana gemela de un hermano, que también se consagrará a Dios, ella como Concepcionista Franciscana, él como Jesuita misionero. Los dos dejaron tras de sí una huella imborrable de santidad.
Quedó huérfana con 7 años siendo acogida por unos tíos, que le procuraron una exquisita educación en un ambiente de amor y rectitud que influyó en ella toda su vida.
A los 19 años ingresó en el Monasterio de "La Latina" de Madrid, el 1 de octubre de 1931, acompañada de su amiga, Sor M.ª Margarita Arrieta.
Era una joven de "esbelta figura", con mirada limpia, que siempre conservó hasta el final de su larga y dilatada vida.
Después de sus diferentes etapas formativas, hace su Profesión Solemne el 4 de mayo de 1936, teniendo que abandonar el Monasterio con las demás religiosas a los pocos meses, 18 y 19 de julio de 1936, obligadas por el estallido de la guerra civil.
Pasado el conflicto bélico y una vez se pudo restablecer la vida común en el Monasterio, comenzará la etapa definitiva en la que la Madre M.ª Ana forjará una vida de virtud cristiana, capaz de llevarla a esa vida de perfección que constataron todas cuantas personas tuvieron trato con ella, dentro de su propio Monasterio, monjas de otros Conventos y personas que la trataron por diferentes razones.
Muy joven ya se le confiaron cargos de máxima responsabilidad en el Monasterio y en la Orden, como es el caso de Maestra de Novicias, primero, y Abadesa un poco más tarde, estando al frente del Monasterio durante 34 años.
De carácter alegre, abierto y firme, supo ir afianzando virtudes tan básicas que no siempre se encuentran en las personas a pesar de ello. La humildad, el espíritu de oración y de caridad, fueron motor de su vida para poder llevar adelante, de una forma abnegada y con gran sabiduría, todo el trabajo que a favor de la Orden tendría que afrontar. Pues, además de ser abadesa de su Monasterio, fue elegida durante 18 años presidenta de la Federación de Castilla de la Orden Concepcionista.
Su gran humildad le hacía creerse que no valía para las responsabilidades que le daban. Esta experiencia profunda se constata cuando fue elegida Maestra de Novicias; "se sentía incapaz de ocupar aquel puesto", pero enseguida supo asumir todo lo que las Constituciones describen de la Maestra, y, manos a la obra, desempeñó el cargo educando a trabajar de con esfuerzo y sin tregua para conseguir el objetivo de lograr buenas monjas Concepcionistas.
La Madre Ana Alberdi fue una mujer, que la "esbelta figura" que mostraba a sus 19 años fue transformándose en el Señorío de Cristo que traslucen las personas cuando viven solo con Él y para Él.
En los múltiples e interesantes testimonios recogidos en el libro de su biografía: "La Madre Ana Alberdi, el encanto de la experiencia cristiana", hay abundantes testimonios acerca de la vida y personalidad de la Madre Ana, y de ellos es fácil constatar este rasgo importante de su Señorío, tanto en el cuidado de su persona, como en sus modos de comportamiento o en las formas amables y agradables con los que se comunicaba con las personas.
Valga un solo testimonio para ilustrar lo que decimos: "Su persona infundía respeto y veneración por los gestos delicados que hacía y los modales educados y corteses que usaba".
Su profunda vida espiritual fue madurando con el paso del tiempo, de forma que en los últimos años de su vida vivió una íntima unión con la Santísima Trinidad de la mano de la Virgen Inmaculada. Pasaba las mañanas en adoración al Santísimo siendo admiración de todas sus hermanas por la unción y el respeto con que se entregaba a la oración por la Iglesia, por todos los problemas humanos que conocía, por su Comunidad, por la Orden…, todo lo llevaba ante Jesús con el interés que siempre mostró por las personas y sus problemas.
Cabe reseñar por último la forma heroica con que vivió particularmente su última enfermedad, de junio a noviembre de 1998, en la que dio testimonio de su unión con Cristo sufriente en la Cruz. En su penosa enfermedad admiró a cuantos la trataron, tanto por su delicadeza y bondad como por no quejarse nunca de nada. En los momentos más difíciles llamaba a la Virgen para que la enseñara a amar, y a Jesús le decía: "enséñame que quieres de mi".
Murió el 27 de noviembre de 1998, y a partir de ese acontecimiento las Hermanas de su Monasterio de "La Latina" no han dejado de recibir testimonios de las virtudes y vida de perfección de la Madre Ana, de forma que el Señor Cardenal arzobispo de Madrid ha promulgado el decreto para la apertura de la causa de Beatificación y Canonización de la Madre Ana Alberdi.
SU BONDAD ERA IRRADIANTE.
Una de las características que retratan la personalidad de la Madre Ana era sin duda, su exquisita bondad que conquistaba a cuantos la trataban. Qué bien lo expresaba ella misma cuando afirmaba que: "el alma se va haciendo cada vez más capaz de amar, a medida que ama", convencida como estaba de que el amor al Señor que ella cultivaba con esmero con una vida de fe profunda y una confianza inquebrantable en Jesús, llenaba por completo su vida de entrega total al que la eligió para ser su esposa.
Todos los testimonios de sus Hermanas religiosas de la más diversa procedencia que la trataron y que recoge su biografía, abundan en la misma idea: " Su fe era extraordinariamente grande, su esperanza no tenía límites, su caridad era abrasadora" (Sor Ascensión Gutiérrez, Abadesa de la Latina). Y así lo confirman las Hermanas de la Federación de Castilla, siendo ella Presidenta, cuando hablaban de la bondad que era impactante y conquistadora, nada más mirar su rostro, siempre apacible y sonriente.
No es extraño que así fuera, cuando la Madre Ana tenía perfectamente asumido el evangelio del amor y pudo dejar escrito: "La caridad es un don de Dios; por lo mismo es una virtud sobrenatural. Es Dios quien la infunde en el alma. En Él está la fuente de la caridad… Por nuestra parte, hemos de ejercitarnos en la caridad, en el amor a Dios para que Dios nos vaya llenando de su amor…"Y añade: "Ninguna cosa puede haber más divina que querer hacer el bien a los demás. Eso es lo propio de Dios, el estilo de Dios".
Partiendo de este convencimiento, hizo de la práctica del amor una de las ruedas maestras de su espiritualidad. Su capacidad de amar se abría en todas las direcciones: a Dios, a Cristo Jesús, a la Virgen María, a la Iglesia, su comunidad y todas las demás comunidades, sus familiares y particularmente a los enfermos. Y se manifiesta de muy diversas formas: acogida, hospitalidad, escucha, generosidad, ayuda, gratitud, colaboración, convivencia, disponibilidad, respeto, amistad, acompañamiento, fidelidad, alegría, dedicación, corrección fraterna, perdón…
Es lógico que así fuera, teniendo en cuenta que siempre tenía en su corazón, en su mente y en sus labios el mandato del Señor de que nos amáramos los unos a los otros, lo que constituye la quintaesencia del ser cristiano. Y porque tenía amor, daba amor y cuantas lo recibían se sentían en verdad amadas por ella. "De mi parte- confiesa una de sus monjas- de ninguna otra superiora he recibido ese amor y ese cariño de madre… tal como lo he recibido de Sor Ana. No sé explicarlo. Pero era un amor grande, algo extraordinario".
Un padre salesiano de Madrid, que la conoció y trató resume la vida de la Madre Ana con estas palabras: "Si tuviera que hacer con unas breves palabras un retrato de su vida diría: Fue una persona que supo pasar por la vida en estrecha unión con Dios, haciendo el bien a cuantos la rodeaban, preocupada más por los demás que de ella misma, derrochando por doquier palabras de consuelo, sonrisas bondadosas, con un corazón siempre dispuesto a escuchar, aconsejar, y comprender. Una de las frases que para mí retratan mejor a Jesús es esta; pasó por la vida haciendo el bien a manos llenas". Creo que a nuestra Hermana bien podríamos retratar con esta frase: "pasó por la vida haciendo el bien a todos".
Feliciano Villa Rivera, Vicepostulador
ORACIÓN PARA LA DEVOCIÓN PRIVADA
Oh Beatísima Trindidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, que, en la Madre María Ana Alberdi te has dignado a bendecir a la Orden de la Inmaculada Concepción (Concepcionista Franciscana), fundada por Santa Beatriz de Silva, danos la gracia de verla pronto en los altares y concedernos lo que con Fe te imploramos por su intercesión, para gloria de tu Nombre y bien de toda la Iglesia.
Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén (A continuación se rezan tres Glorias a la Santísima Trinidad)
MÁS DATOS:
Ramón Alberdi La Madre Ana Alberdi, el encanto de la experiencia cristiana, publicado en la editorial CCS, Madrid 2004.
Santiago Cantera Beatriz Galindo y los orígenes del Monasterio de la Concepción Francisca (La Latina) de Madrid, Madrid 2011
https://oicvva.wordpress.com/2010/11/16/madre-maria-ana-alberdi/