¡Yo sé cómo son los ojos de la Virgen!
Mi madre María Antonia contaba a sus 8 hijos la pregunta que hizo su maestra en la escuela de Rollán: "¡A ver, ¿quién sabe cómo son los ojos de la Virgen!". Ni verdes ni azules… ¡Misericordiosos! Como se reza en la salve.
Hoy, 30 de octubre del 2025, a las 11.25, en la iglesia de san Ricardo de Madrid, lo he experimentado de pleno. En los cientos de veces que me he confesado desde la primera vez, a los cinco años, para la primera comunión, nunca me había sucedido lo que hoy. El Padre confesor me invitó a sentarme, pero no mirándole a él sino a una imagen de la Virgen de Fátima que estaba a un metro.
Recordé a Chesterton cuando confesó que se había hecho católico por la confesión, porque la Iglesia Católica es la única con el poder recibido de Cristo para perdonar los pecados. Sentí que todo mi ser se reseteaba, que Dios es capaz en un segundo de cambiar un alma, que yo en ese instante era un nuevo hijo pródigo, un "buen ladrón", que -en el aquí y ahora del Madrid estresante y cosmopolita- recibía la paz y el gozo en la absolución del alter Christus que es el confesor. Que el pasado lo arrojaba a la misericordia, el futuro a la confianza, el presente, al amor agradecido.
Gracias, Madrid, por brindar este tesoro eterno de misericordia al alcance de unos metros de distancia, de unos minutos de nuestro tiempo.
¡Con qué ganas y gratitud salí del templo balbuciendo "vuelve a nosotros (todos los que andan por acá), esos tus ojos misericordiosos" …para mostrarnos a "Jesús, fruto bendito de tu vientre"! Amén